CAPÍTULO VIII: EL CABALLO DEL PRÍNCIPE ENCANTADOR

Resumen del capítulo anterior: Mariángeles llama a Fede para reprocharle que le haya dicho a Rodrigo dónde trabajaba, y se entera de que no sólo le ha dicho dónde trabaja sino que acaba de pasarle su número de teléfono.

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Cuando llegué al trabajo la mañana siguiente, nada más abrir la puerta de la peluquería, mi compañera Justina me acribilló a preguntas: “Cuéntame quién era ese muchacho”, “dónde lo has conocido”, “a qué se dedica”…

Ella era una ametralladora que disparaba balas cargadas de ansias por saber. Yo respondí con evasivas, la verdad era que hacía un esfuerzo ingente por mantener a Rodrigo fuera de mis pensamientos. Pero el recuerdo de su boca contándome anécdotas me perseguía como un fantasma que insistía en estar presente, y me di cuenta de que empezaba a echarlo de menos.

Entre lavado de cabeza y corte de puntas, sentía un estrangulamiento cada vez más intenso en el corazón, ¡ya sabía yo que no tenía que haber salido con él ni siquiera a tomar un helado!

Desde luego, si a Rodrigo le daba por volver a contactar conmigo tenía que conseguir ser un poco más contundente y negarme a una segunda cita.

Cinco minutos antes de la hora del cierre, Justina hacía la caja en el mostrador, y yo aproveché que no había clientas para retocarme un poco el pelo y el maquillaje. Cogí mi móvil del bolso, no había tenido tiempo de echarle un vistazo en toda la tarde, y cuando abrí el Whatsapp tenía varios mensajes de un número desconocido. La foto del perfil era de un paisaje verde con cascadas, pero no me hizo falta más para saber que era él. Abrí la conversación y leí:

“Buenas tardes, chica que siempre tiene prisa por marcharse”

“Soy Rodrigo. He pensado que podría recogerte después del trabajo para ir a cenar”

“Si no te viene bien, avísame antes, porque voy a preparar un picnic que nos podamos tomar en algún sitio tranquilo”

¡Aiiiinnnsss, por Dios! ¿Por qué tenía que ser tan insistente? Me dispuse a contestarle rápidamente, de ninguna manera podía arriesgarme a una segunda cita, y estaba ya escribiéndole mi excusa cuando escuché el motor de una moto pararse delante de la peluquería y a Justina decir:

–Ahí está tu chico, Mariángeles.

El teléfono casi se me cae de las manos. Me asomé con disimulo por detrás del murete que separaba la recepción del salón y lo vi bajándose de una moto espectacular, nada que ver con la scooter que había comprado mi último novio con el dinero que me robó. Ésta era una de esas que salen en las películas americanas, con un tío buenísimo encima, con la camisa remangada dejando a la vista unos bíceps torneados y bronceados, y conduciendo por carreteras desiertas e interminables. ¡La leche! tenía delante a un anuncio de Marlboro.

Me escondí de nuevo en el salón, sentándome bajo una de las campanas para secar el pelo, intentando idear una excusa que funcionara para poder rechazarlo con elegancia y maldiciendo que el local no tuviera una puerta trasera.

Escuché la campanita de la puerta y a Justina saludarlo amigablemente. Por supuesto, mi compañera me llamó enseguida y tuve que hacer acto de presencia. Me levanté decidida a poner fin a aquella situación absurda y a su asalto continuo a mi decisión de no volver a verlo, pero una vez más, mi iniciativa duró el tiempo de encontrarme cara a cara con sus preciosos ojos verdes.

–Pero bueno, ¿qué pasa? ¿No te das por vencido? –conseguí protestar con un tono bastante agrio.

La expresión de su cara se volvió un poco más seria. Desde luego, no había sido muy amable por mi parte.

–No puedes presentarte así por las buenas y pretender que el resto del mundo olvide sus planes para irse contigo.

Justina se quitó elegantemente del medio para dejarnos a solas.

–Te avisé por whatsapp –se justificó Rodrigo, pasándose la mano derecha por el pelo para ahuecarlo un poco, después de llevar el casco puesto.

–Pero acabo de verlo justo ahora.

–No pasa nada, si tienes otros planes, lo entiendo.

De nuevo Rodrigo hacía gala de sus maneras impecables y honor a su apodo de Príncipe Encantador. Suspiré, le dediqué una mirada detenida a su aspecto de motero y me derretí.

–No tengo casco –le dije, utilizando mi último cartucho en la misión “rechazar una invitación de Rodrigo”.

–He traído uno para ti –me respondió con una sonrisa, sabiendo que acababa de conseguir una segunda cita.

Me despedí de Justina y salimos a la calle. La moto que encontré ante mí era preciosa, absolutamente deslumbrante, de un color azul metalizado y entonces lo vi:

–¿Es una Harley-Davidson? –alternaba mi mirada de la moto a la cara de Rodrigo, que me ofrecía un casco sin prestarle demasiada atención.

–Mi hermano mayor vive en Italia.

¿Hay un hermano?

–La compró hace unos años, pero cuando tuvo los mellizos el verano pasado decidió cambiarla por un coche familiar. Y yo se la compré.

Seguía atónita sin pronunciar palabra.

–Me vine conduciéndola desde Italia hasta Barcelona, por toda la Costa Azul. Una pasada.

–Pero estas motos son carísimas.

–Bueno, mi hermano me la dejó a buen precio –Rodrigo se había subido ya a su asiento y me tendía la mano–. ¿Subes?

¿Dónde habrá pensado Rodrigo llevar a Mariángeles a tomarse el picnic que dice haber preparado? ¿Bajará ella la guardia un poco y será más amable con él al fin? No dejes de leer la siguiente entrega.

Foto: Pixabay.

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