CAPÍTULO VI: MODO NO HOMBRES “EN PAUSA”

Resumen del capítulo anterior: Mariángeles ha pasado la semana pensando en Rodrigo, el atractivo muchacho que conoció en la fiesta de cumpleaños de su amigo Fede. Y aunque sigue decidida a olvidarlo, sus planes se truncan cuando Rodrigo aparece a la hora del cierre en la peluquería donde trabaja.  

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Notaba mis mejillas ardiendo, seguro que me había puesto más roja que un tomate, pero Rodrigo sólo me sonrió allí y lo primero que me dijo fue:

–¡Tienes el pelo rizado!

Me quedé descolocada hasta que caí en la cuenta de que el día de la fiesta llevaba el pelo recién planchado. Justina, la reina de las planchas de pelo, aquella tarde me hizo un alisado que bien podía pasar por japonés. Pero claro, un sólo lavado y mi cabeza de rizos volvía a encogerse como un acordeón.

–Ah, sí, rizado –me cogí un tirabuzón sonriendo, mientras mi intención de echarle una bronca por haber aparecido realizaba la metamorfosis hacia un coqueteo empalagoso.

–Mucho mejor. Estás guapísima.

Me hizo sonrojarme de nuevo, pero me obligué a pedirle una explicación:

–¿Qué haces aquí? –le pregunté esta vez, un poco más seria.

–He insistido mucho a Fede para que me diera alguna pista tuya.

Resoplé, ya sabía yo que aquel amigo mío era un blandengue.

–No lo culpes –me pidió Rodrigo al ver la expresión de mi cara–. Puedo llegar a ser muy, muy tenaz.

Me mordí el labio inferior, mirándolo fijamente, esperando su siguiente movimiento.

–He venido en son de paz –añadió, levantando las manos con las palmas hacia afuera, como si fuera un bandido de un western amenazado por el pistolero más rápido–. Sólo quiero invitarte a un helado. Si después de esta tarde decides que no quieres volver a verme, te prometo, de verdad, que lo respetaré.

Lo consideré durante unos segundos más, me estaba invitando a un helado, tampoco es que me estuviera pidiendo matrimonio, ¿no? Así que puse el modo “no hombres” en pausa y acepté su propuesta, advirtiéndole que no podía demorarme mucho rato.

Caminamos dando un paseo hasta la heladería, apenas a un par de calles, mientras le pedía que me pusiera al corriente de cómo había acabado la fiesta de mi amigo y de qué se conocían ellos dos. La verdad es que lo oía hablar, pero no escuchaba lo que me decía. Sólo veía su boca grande abrirse y cerrarse, con esos labios redonditos y carnosos que dejaban ver sus dientes blancos y perfectos cuando sonreía, y no podía prestar atención a nada más.

Yo me mantenía parapetada detrás de mis gafas de sol, mientras me ocupaba en decidir a quién me recordaba más, si a Matt Damon o a Bon Jovi cuando tenía treinta años, o quizás a los dos juntos. También pasó por mi mente Chris Hemsworth, pero entonces vi que la expresión de Rodrigo había cambiado y que me miraba fijamente como si empezara a preocuparse por mí. Me di cuenta de que habíamos llegado ya a la heladería y que me había preguntado un par de veces qué helado quería tomar, cuando yo estaba en las nubes, con mis parecidos razonables.

Hora de bajar a la tierra. Nos sentamos en una mesita en la terraza, bajo una sombrilla. Rodrigo seguía hablando sin parar, algo que era de agradecer en una cita inesperada como aquélla, donde los silencios podían llegar a resultar incómodos. Me habló de su trabajo, en el departamento comercial de una empresa de maquinaria industrial. Quise participar, interesándome por cuál era su cometido, cómo era su día a día, pero parecía que hablar de aquello le incomodaba.

Rápidamente nos vimos hablando de su país. Él me contaba de la naturaleza exuberante, de las playas de Nicaragua, de su gastronomía y sus costumbres. Se notaba que lo echaba de menos. Pasamos así conversando más de media hora y cuando acabamos los helados me propuso continuar la charla en algún otro sitio. Enseguida me saltaron las alarmas y rápidamente me levanté de la silla:

–Lo siento, tengo que irme ya.

Él encajó el rechazo con deportividad y me acompañó a la parada de metro más cercana. De repente, me incomodaba esa conversación, me incomodaba su presencia, lo guapísimo que era y lo educado y agradable que había sido estar con él. ¡Me entró el pánico!

Sabía que corría el riesgo de enamorarme de él y no quería que acabara engrosando mi lista de imbéciles rompedores de corazones. Me despedí de él con mucha brusquedad y eché a correr escaleras abajo, hacia el tren que me llevaría lejos de allí, sintiendo su perplejidad en mi espalda y sabiendo que acababa de quedar como la campeona de todas las idiotas del mundo mundial.

¿Ha hecho bien Mariángeles al huir de Rodrigo? ¿Qué crees que pasará en el siguiente capítulo? ¿Saldrá él en su búsqueda, no dándose por vencido, o tratará de llegar a ella por otro medio? Descúbrelo la semana que viene.

No te pierdas el capítulo anterior:  He pensado en él solo un poquito.

Foto: Pixabay.

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