El efecto emocional de ayudar a otros

Jueves, 01 de Febrero de 2018

Eran las 5:30 de la mañana y me alistaba para ir al trabajo. Mientras me miraba en el espejo, cepillaba mi cabello: “Que largo lo tengo”, pensé.

Miré también mi abdomen, mis brazos, mis piernas, mis nalgas y el resto de mi cuerpo; todo me parecía fuera de lugar. Algo no cuadraba. Mi cabeza se fue llenando de  frases cargadas de autocrítica, por la inconformidad o la falta de aceptación que solemos tener de nosotras mismas.

“Tengo unos kilitos de más, debería hacer dieta”.

“Mis músculos están flácidos, debería hacer ejercicio”.

“Se me ven las canas, debería pintarme el pelo”.

“Mira las puntas secas, debería cortármelo”.

“No estoy trabajando en lo que estudié, ¡qué frustración! debería buscar otro empleo”.

“No me siento conforme en este país, ¿Para qué me vine para acá? ¡No logro adaptarme!”

Y así me fui llenando de pensamientos negativos día tras día.

Me he presionado mucho últimamente y he estado muy inconforme con lo que sucede en mi vida, muy frustrada con expectativas no cumplidas y muy ciega con las cosas buenas que sí me han estado sucediendo.

Y sin darme cuenta, fui entrando en depresión. No me sentía conforme y ya no estaba segura de quién era yo. De repente, dejé de estar pendiente de la persona más importante: de mí misma.

Dejé de verme bonita y empecé a preocuparme y angustiarme por todo, a llenarme de pesimismo.

¡Necesitaba algo! Algo que me hiciera entrar en razón, algo para despertar de este letargo, para darme cuenta de que la vida no es tan fea, tan cruel y tan horrible.

Y me di cuenta de que en las pequeñas y sencillas cosas, pueden estar las respuestas.

¿Y saben qué? Descubrí que ayudar a los demás es una fuente de felicidad que no cambiaría por nada, es ese algo que andaba buscando para encontrarme a mí misma y centrarme de nuevo.

El sábado 03 de febrero de 2018, ocurrió algo pequeño pero muy significativo para mí.

Fue el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer, cuando mis ojos se me llenaron de lágrimas y el corazón se me apretujó. En mi mente solo podía ver la imagen de mi abuelita Julia, mi ángel protector, quien padeció cáncer por casi dos años.

Hasta hoy lamento no haber podido hacer nada por ella, de no sostenerle la mano, de no darle sus medicinas o acompañarla a la quimioterapia, de no cuidarla, de no alimentarla o de prepararle la comida, pero ¿cómo podía ayudarla? Ella estando allá en Venezuela y yo acá en Alemania, sin un euro para el pasaje de avión. De casualidad podía pagar la renta y lo que me sobrara usarlo para la comida; es que en aquel entonces todo era más complicado.

La pérdida de mi abuelita fue fuerte, muy fuerte. Me sentía impotente, indignada y deprimida porque no me sentí parte de su sufrimiento, de sus últimos días, de su último aliento. No la pude ayudar. Los pensamientos se fueron intensificando en mi mente: Abuelita, lucha contra el cáncer. Abuelita, lucha contra el cáncer.

Así que ese día, viéndome en el espejo pensaba: “no la pude ayudar a ella, pero sí puedo ayudar a alguien más”. 

Seguro que ella estaría orgullosa de mí y yo estaría ayudando a alguien más. Así, de forma espontánea y sin pensarlo, tomé la decisión más gratificante de mi vida en mucho tiempo: ¡Voy a donar mi cabello a los niños con cáncer!

La historia de mi corte no es importante ahora, mejor te dejo con estas imágenes que hice en ese momento.

  

Lo importante aquí es que después de cortarme el pelo, me sentí satisfecha, orgullosa, feliz y en paz… Brindar ayuda a alguien más, fue un acto de bondad, de amor, de hermandad ¡Un acto de felicidad para mí!

Saber que alguien usará una peluca a base de mi cabello, es una sensación indescriptible. Saber que alguien estará feliz de tener de nuevo cabello gracias a las donaciones que hice, es una acción bonita y pura. Saber que alguien tiene más preocupaciones en la vida que un par de kilos de más o músculos flácidos, me hizo pensar en lo tonta que fui por enredarme con todos mis complejos e inconformidades, por no aceptar quien soy y como soy y cambiar aquello que me hacía ruido, pero con tranquilidad, sin demasiado drama.

Y ahora, tiempo después de mi corte de cabello, imaginarme que alguien estará feliz gracias a mí y que yo también lo estoy, me hace pensar de nuevo en esos pequeños detalles que te hacen recalcular y darle valor a la vida.

Ayudar a otros, es ayudarse uno mismo. Hoy puedo decir que intercambie mi mechón de cabello por sonrisas. No pude ayudar a mi abuelita, pero en cambio pude ayudar a alguien más, y eso me hizo sentir muy bien.

Y si alguien me pregunta, me encanta mi nuevo look, es fresco, ligero y juvenil. Ahora usaré más el estilo suelto, dejaré a un lado la presión, las expectativas y la autocrítica, ayudaré más a otras personas y permitiré que mi cabello baile con el viento mientras vivo mi vida como vaya viniendo, con lo bueno primero.

CONOCE MÁS DE LAURA BERZINS.

Y NO DEJES DE LEER OTRO DE SUS ARTÍCULOS: EL ACCIDENTE DE TRANSITO QUE ME CAMBIÓ LA VIDA

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