De cómo me convertí en escritora

Nací en Bogotá a finales de los años 70, y desde que era una niña me consideré alguien diferente del resto de la familia: me gustaban los viajes, conocer otras culturas y aprender otros idiomas.

En la época de mi niñez a finales de los 80 y principios de los 90, viajar era un privilegio, pues muy pocas personas podían hacerlo. No había muchas facilidades como las que tenemos hoy en día con Internet, descuentos o millas; pertenecía a una familia de clase media trabajadora.

Mis padres siempre me decían: “Hay que trabajar duro para conseguir lo que queremos en la vida.”

Crecí con esas ideas, pues mi padres trabajaron muy duro y afortunadamente siempre teníamos lo suficiente para vivir.

Con el pasar del tiempo me volví una mujer más realista, abandoné mis sueños de escribir y viajar por el mundo, y entonces hice lo que la mayoría de las personas hacen: terminar el colegio, estudiar una carrera y conseguir un trabajo. A pesar de que logré mis objetivos que satisfacían a mi familia y a la sociedad, me sentía inconforme y deprimida y comencé mis búsquedas internas.

A mediados del año 2015 me encontraba trabajando para una importante empresa, ganaba un buen salario, tenía estabilidad laboral, ciertas comodidades y estatus; pero no era feliz.

Estaba próxima a cumplir 30 años y me preguntaba a mí misma: “No he hecho nada de lo que siempre quise hacer cuando era una niña.”

El día de mi cumpleaños le pedí a Dios y al universo que no me diera nada material, sino que diera las señales de lo que debía hacer. Estaba trabajando con una compañera en un proyecto, ella se sentía algo enferma y un día me confesó que tenía un cáncer terminal y que había ocultado a la empresa su enfermedad por temor. Ese día, antes de irse al hospital ella me dijo: “Me he pasado la vida trabajando para otros, he acumulado riquezas, pero no tengo una familia, ni nadie a mi lado. Prométame que usted no va a hacer lo mismo con su vida porque la veo en esa misma dirección.”

Eso fue una luz en ese túnel de oscuridad en el que yo me encontraba. Al poco tiempo mi compañera falleció, pero yo aún tenía miedo de dar un salto al vacío y renunciar. Al año siguiente lo decidí, encontré otros empleos pero no duraba más de 6 meses y me preguntaba: “¿Qué pasa? ¿Qué estoy haciendo mal?”

Así que decidí viajar al extranjero y me fui para Australia a estudiar, no conocía a nadie, invertí todos mis ahorros y vendí mi carro para irme a vivir allá por un tiempo; me fue bien pero aún me sentí sola, me hacía falta una pareja, alguien que valiera la pena para mí.

Regresé a Colombia y la vida me sorprendió. No me esperaba conocer a alguien en mi país, pero me encontré con el que sería mi futuro esposo: un hombre ruso. Nuestra relación fue algo loca.

Por primera vez en mi vida no esperaba nada de él, como lo hacía en otras relaciones anteriores donde idealizaba a mis parejas y luego me terminaba decepcionando de ellos. Él fue un hombre auténtico, nunca trató de impresionarme, no sentí mariposas en el estómago cuando lo conocí; yo diría que fue como una conexión, un click en mi corazón y eso fue suficiente. No busque más señales, nos fuimos a vivir a las tres semanas de conocernos, no tenía ni idea de lo que me esperaba, ese era un verdadero salto al vacío que yo llamaba un salto de fe.

Vivimos en Colombia por un tiempo, luego nos casamos y viajamos a Rusia. En este país me salí de mi zona de confort.

Lo que nunca imaginé, fue que ese viaje cambió mi vida para siempre y esta se convertiría en un interminable peregrinaje por diferentes países, debido a las absurdas e inhumanas leyes migratorias de ese país.

Y es que cuando llegué a Rusia, viajé con una visa de trabajo por un año, después del año apliqué para la visa de residencia, pues ya estaba casada con un ciudadano ruso; pero nunca imaginé que tratar de obtener esa visa sería un proceso burocrático largo e injusto como en los libros de Kafka. Rusia aún tiene leyes que vienen de la era soviética, donde quedarse o salir del país es muy complicado. Entonces yo estaba embarazada y había tenido mi parto en Rusia, afortunadamente mi hija obtuvo la ciudadanía, pero yo no tenía la visa de residente y debía salir cada tres meses del país. Así que estuve viajando a China, Israel, Finlandia y Colombia, y mi vida se convirtió en la vida en una maleta, porque yo hacía esos viajes para poder estar siempre con mi familia.

El tener que vivir por un tiempo en esos países, me dieron la oportunidad de aprender muchas cosas, estar en contacto con otras culturas e idiomas. Eso me aportó mucho para crecer como persona y se convirtió en un viaje interno donde aprendí a cuestionar qué cosas valoraba de mi vida y de los demás, cuando eres una extranjera y debes adaptarte.

Durante esos viajes, me dediqué a escribir.  Cuando viví en Rusia no salía mucho a la calle porque no hablaba muy bien el idioma y muy pocas personas hablaban inglés y mucho menos español; la gente era muy indiferente y un poco amargada, entonces yo me la pasaba la mayor parte del tiempo en la casa escribiendo en mi diario, que se convirtió en un aliado, amigo y consejero donde yo le expresaba todo lo que sentía y vivía en aquellos momentos.

Rusia fue un país que me cambió la vida porque tuve que enfrentar muchos desafíos, como por ejemplo, la enfermedad de mi hija en sus primeros años de vida.

El clima de San Petersburgo en invierno puede llegar a menos de 20 grados, amanece a las 10 am y oscurece a las 4 pm y los días suelen ser muy cortos, el idioma ruso es complejo, con otro alfabeto muy diferente. Además, me encontré con algunas situaciones de racismo, pues algunas personas me confundían con una mujer proveniente del sur de Rusia, que son de tez morena y que en su mayoría son de origen musulmán. Yo era latina y no musulmana, pero a veces las personas juzgan sin conocer a los demás.

Aunque algunas de estas circunstancias fueron algo desafortunadas para mí, me dieron un aprendizaje valioso que me sirvió para conectarme con la escritura, lo que fue como una catarsis para sanar aquellas situaciones y crear mi libro autobiográfico: “La vida en una maleta”, que fue el resultado de mis diarios de cinco años de vivencias.

Todo lo anterior me dio la inspiración para crear mi libro y compartir mi historia, porque considero que esta es una historia real de coraje, valor y conciencia.

Cuando decidí publicar el libro, comencé a hacer gran parte del trabajo en Rusia y otra en Colombia. Aprovechaba la media mañana que tenía libre mientras mi hija estaba en el jardín infantil, también hice un curso en la Universidad Autónoma de Barcelona, para mejorar el estilo; mi esposo fue una gran ayuda en este proceso, porque en sus tiempos libres él revisaba el libro, agregaba detalles y correcciones, y entre los dos nos dedicamos a sacar adelante este proyecto.

Buscamos una correctora profesional para que lo revisara antes de enviarlo a las editoriales, en algunas de ellas se demoraron en contestar y en otras, el libro no despertó su interés, hasta que encontramos una editorial en Barcelona que creyó en nuestro proyecto. Tuvimos varias ideas creativas para la publicación y por suerte, la niñera que cuidaba a nuestra hija estaba estudiando diseño gráfico en la universidad y nos hizo un gran trabajo de ilustrar el libro para hacerlo más atractivo.

La primera edición de 100 ejemplares, se publicó en agosto de este año, estamos próximos a salir en Amazon y la idea que tenemos más adelante, es traducirlo a otros idiomas. Por el momento he tenido unos lanzamientos en librerías en Colombia y con amigos.

Para terminar, estoy muy agradecida con Dios y el universo que me haya reencontrado con dos aficiones que desde la niñez me apasionaban, me hicieron sentirme fiel a mí misma y alineada con la vida y los que me rodean. Siempre he creído que la mujer, utilizando su inteligencia e intuición, puede llegar a conseguir lo que se proponga, y hoy siento que voy en el camino correcto.

Espero que muchas mujeres encuentren el suyo.

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Foto por: rawpixel en Unsplash

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