Acerca de la sentencia de “La Manada”

A principios del mes de septiembre de 2014 me sucedió algo de lo que no tenía intenciones de hablar, por lo menos hasta que no se hubiese cerrado la historia, pero la ridícula sentencia que dictaron dos jueces hombres y una mujer contra los culpables de violación a una chica en los San Fermines me impulsa a contarlo desde mi pequeña trinchera.

Eran las 11 de la noche aproximadamente y salía de trabajar. Entré en la estación de Metro y escuché que el tren estaba llegando al andén por lo que corrí escaleras abajo, pero al llegar el tren estaba arrancando. De repente se detuvo y se abrió la puerta de la cabina del conductor que estaba en la cola del tren y un empleado, debidamente uniformado, me dijo “apura, sube por aquí”. Y me subí.
<Estúpidamente me subi>
A esa hora los trenes tardan mucho en pasar y estaba cansada, por eso agarrar ese tren era importante para mí.
<Una tontería, debí haber esperado el siguiente>
Una vez dentro, este empleado no hizo ningún gesto para darme acceso al tren con el resto de los viajeros. Estaba sentado en el asiento del conductor. No iba conduciendo porque como dije al principio era la cabina de cola, comenzó a hablar conmigo, me dijo que era una suerte que me hubiese visto correr y detener el tren porque si no hubiese tenido que esperar mucho tiempo, me empezó a preguntar en qué trabajaba. Era muy simpático, me dijo que se llamaba Fran y que ya había terminado su turno. Que tenía muchos años trabajando en el Metro de Madrid y que estaba muy a gusto. Mi viaje era de sólo tres estaciones. Cuando faltaba una parada y le dije que me bajaba en la siguiente me dijo: “qué pena, eres muy guapa, acompáñame un par de estaciones más”.
<¿Por qué me tuve que poner una minifalda?>
Le dije que no, que mi chico me esperaba en casa a lo que contestó que su mujer también lo esperaba pero que eso no importaba. Íbamos llegando a la estación. Me puse muy nerviosa y le dije que me abriera la puerta. Él se puso de pie pero en vez de tirar la manilla se me acercó y me dijo que lo besara.
<Fui demasiado simpática, le di la impresión equivocada>
Me quedé paralizada, le dije que no, que muchas gracias por ayudarme pero me tenía que bajar. No me abría la puerta. Sonó la alarma que indica que el tren va a arrancar, estiré la mano hacia la manilla que él sujetaba y la apreté por encima de su brazo. La puerta se abrió cuando el tren empezaba a moverse y él la cerró de un portazo. Y se me vino encima.
<Dios mío que estúpida soy al confiar en la gente>
Durante el viaje entre una estación y otra estuvo intentando besarme. Yo contra la puerta que separa la cabina del tren me cubría las manos con la cara, intentaba zafarme. Pero Fran era más alto y fuerte que yo, tenía muchas líneas tatuadas en sus brazos y pendientes brillantes en los dos lóbulos. Y el aliento le apestaba. Pasaron tres minutos pero para mí fue eterno. Cuando sentí que el tren desaceleraba al entrar a la siguiente estación puse mi mano en la manilla y cuando se detuvo la empujé fuerte, se abrió y logré salir.
Caminé rápidamente a la escalera
<Pero no corrí>
Tomé mi teléfono móvil y empecé a escribirle a mi mamá.
<Pero no pediste ayuda a nadie>
Seguí caminando y llegué a casa. Le conté a mi chico. Me puse a llorar. Me sentía indignada y asustada.
<Y culpable>
Al día siguiente yendo a trabajar hablé con dos trabajadoras del Metro que estaban en la misma estación. Les conté todo, no se lo podían creer. Me dijeron que lo denunciara en el correo de Atención al Cliente del Metro de Madrid. Así lo hice y dos días después me escribieron que sentían mucho el “inconveniente” y que investigarían
lo sucedido. Y eso fue todo.
Pasaron los días y me subía cada noche al Metro con miedo de volverlo a encontrar. No le conté a más nadie.
<Porque lo que había hecho era una insensatez>
Pero una semana más tarde se lo conté a una compañera de trabajo, española, y su respuesta fue: “ya mismo vamos a poner la denuncia en la policía”. Y me acompañó.
<¿Por qué tardaste tanto en denunciar?>
Allí me atendieron dos policías mujeres, la sensación que me dio fue como si hubiesen arropado. Me sentí muy poderosa de repente ante la indignación compartida por otras mujeres.
Para hacer el cuento corto, al día siguiente de denunciar me llamaron de Metro de Madrid para pedirme detalles cosa que no habían hecho hasta entonces. Fuimos a un primer juicio de carácter laboral. Creo que es uno de los episodios más desagradables de mi vida. La forma en que me trató el abogado de Fran fue indignante. El juez hombre, lo sentenció a 30 días de suspensión sin salario y una primera falta grave. A la tercera se procede a despedirle. Gracias a ese juez faltan dos mujeres más por sufrir acoso en sus manos para que algo suceda.
Había que esperar a ver si el juicio iba al ámbito penal. Podía presentarme con un abogado y un procurador pero quedé tan aplastada en el primer juicio que no lo hice. Luego me dijeron que habían archivado la causa.
Hace un mes me llegó una citación para  testificar en un juicio penal. La causa de acoso sexual la archivaron pero le juzgarán por “detención ilegal”. Me temblaba todo cuando me dieron el burofax. Pero allí estare. Enfrente de Fran y sus brazos tatuados y sus pendientes y su maldita creencia de que tiene derecho a que le den los besos que pida y a aplastarte contra una puerta cerrada con su cuerpo.
Todo lo que ves entre estos símbolos <> son cosas que me dijeron otras personas (algunas de ellas mujeres), que se insinuaron en el juicio, que me dije a mi misma. Las cosas que se instauran en una sociedad que sentencia a La Manada a sólo 9 años de prisión después de que violaran entre los cinco a una chica, lo grabaran con sus móviles y se jactaran de ello entre sus amistades. Una sociedad en la que la víctima es cuestionada por intentar rehacer su vida.
Lo que me pasó a mí es nada al lado de lo que vive ella, pero es mi forma de decirle: yo te creo. Y de arroparla…
Es hora de arroparnos entre nosotras.

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